“Alabado sea Dios, hace 60 años que este
cuervo
me trae medio pan cada día,
pero hoy Jesucristo, en tu honor, ha doblado
la ración…”.
Esto dijo Pablo de Tebas al ser descubierto por Antonio Abad tras
90 años de vida eremítica en el desierto, según la leyenda escrita en el año
400 DC por Jerónimo de Estridón.
No hay época en que el cuervo no haya aparecido
complementando alguna historia o leyenda; Edgar Alan Poe crió uno y tituló un cuento con su nombre. William
Shakespeare le dio carácter de proveedor de alimento a niños abandonados y en
muchos cuentos modernos y dibujos animados es representado como un ladronzuelo
astuto y burlista.
Aunque la fama que muchos otros autores le han endosado es
de augurador de tiempos tormentosos o de asistente de brujas y seres malignos,
lo cierto es que esta preciosa ave es la primera que se menciona en la biblia;
alimentó a Elías y fue el primer animal
que soltó Noé luego de concluir el diluvio.
El cuervo es un ave del desierto, aunque su área de de distribución
es tan extensa que puede ser encontrado en muchas otras latitudes. Es un animal
extremadamente ingenioso que se adapta a cualquier situación; puede anidar
tanto en un árbol como en un barranco y
es capaz de aprender a imitar múltiples ruidos, sonidos, palabras y ejecuta
acciones con mayor facilidad que cualquier otra ave.
Son expertos voladores, con una increíble capacidad para
ejecutar piruetas en el aire, venirse en picada y luego posarse. Comen de todo:
semillas, insectos, frutas, peces, huevecillos de otras aves, animales
pequeños, carroña, basura y lo que salga. Se dice que pueden desarrollar
estrategias en grupo para obtener alimentos, esperando con paciencia y
distrayendo a cazadores u otros animales para robarles su presa. Se les ha
visto jugar con animales de otras especies o, por pura diversión, molestar a
personas.
No es de extrañar entonces que con estas habilidades haya sido
compañero de Pablo El Ermitaño, en el desierto, y es perfectamente factible,
como todas las cosas de Dios, que le suministrara alimento durante tanto
tiempo; pudiendo haberse tratado siempre del mismo cuervo, ya que su promedio
de vida ronda entre los 40 y 60 años.
Quien cría cuervos, respetando su instinto y naturaleza, nunca perderá los ojos.
Ulises Dalmau