Es víspera de Noche Buena de 1818, y en un pequeño pueblo
de Alemania llamado Oberndorf, en la
frontera con Austria, todos se preparaban, como siempre, así como nosotros, para celebrar la Noche
Buena. Sólo que para aquella navidad había sucedido algo inesperado, una mala
jugada que sorprendería a todos, justamente, unos días antes.
En la capilla del pueblito, en horas de la noche y a la
luz de unos lánguidos candiles, dos hombres observan con impotencia aquel
desvencijado cajón de madera con fuelles
y teclas que hasta hace poco había sido
un instrumento musical.
-Padre… creo que se
dañó definitivamente, no sé qué vamos a hacer…- diría sombriamente Franz Gruber, el organista
de la capilla.
Sin tiempo ni recursos para buscar alguien que lo
reparara, el joven padre, Joseph Mohr, tenía que hacer algo y urgente. Todas las
partituras adecuadas a la celebración estaban escritas para órgano y coro; así
que al irse Gruber, lo intentó una vez
más, sacó todas las piezas, las limpió y colocó de nuevo pidiendo a Dios ayuda
para dar con el desperfecto, pero nada pudo hacer con el viejo órgano.
La celebración era
al día siguiente y lo que quedaba era, con el resto de unas velas, buscar en los armarios y archivos alguna canción que pudiera adaptarse a lo único que disponía y sabía tocar, la guitarra,
hasta que, ya bien tarde se topó con el borrador de un poema que había escrito unos dos años
antes.
No sabía por qué, pero esa noche, antes de conciliar el sueño, recordaba el sacerdote las veces que estuvo a punto de botar aquel bendito texto que nunca lo llegó a convencer como para intentar convertirlo en canción. Pero al amanecer no había tiempo para pensarlo más, y papel en mano se fue tempranito a la casa de su amigo músico.
-Franz, listo, ya lo tengo, necesito que me hagas urgentemente
una melodía y un arreglo para esta letra.
Franz se colocó sus lentes y observó con desdén aquel papel envejecido
y lleno de tachaduras, para contestar con una sonrisa:
-Je je, con qué voy a tocar esto y quién lo va cantar?
-Lo vamos… querido amigo, con la guitarra.
-Qué? es preferible entonces que dirija el coro a capella,
y además, con qué tiempo padre? es hoy mismo!!!
- Franz... Franz, hazla…
sencillita, tú puedes. Escribela para guitarra, así mismo como está, en alemán,
para que el coro y los feligreses puedan aprenderla fácilmente antes de la Misa.
-Será padre…
Y así fue. Esa Noche Buena, con la capilla llena, el coro y feligresía expectantes, el padre Joseph con su guitarra y Franz, ante
el asombro de unos y segura desaprobación de otros, se atrevieron a romper
con la norma del coro con órgano y letra en latín, y cantaron aquella sencilla canción, Silent Night.
La canción Silent Night, o Noche de Paz, de Franz Gruber y Joseph Mohr ha sido traducida a 330 idiomas.
Una Capilla Memorial y un Museo hacen honor a la
desaparecida iglesia parroquial.
En la navidad de 1914, la Primera Guerra mundial fue “suspendida” espontáneamente, por unas horas, mientras aliados y alemanes se daban la mano cantando “Noche de Paz”.